El género en las negociaciones climáticas: historia, disputas y el Plan de Belém
Diálogo de alto nivel sobre género de la COP 30: hacia una acción climática centrada en las personas: reconociendo el papel de las mujeres y niñas de ascendencia africana (Crédito de la foto: © UN Climate Change – Diego Herculano).
Por Maïra de Roussan, Investigadora en EmpoderaClima
Entre el 10 y el 21 de noviembre, durante la COP30, celebrada en Belém, Brasil, una divergencia fundamental en la definición del término “género” paralizó las negociaciones del nuevo Plan de Acción de Género (Gender Action Plan, GAP, en inglés). Países más conservadores, como Irán, Rusia y Argentina, pidieron una versión basada en un género biológico binario, clasificado como masculino o femenino, sin mencionar los roles sociales y las desigualdades estructurales entre hombres y mujeres. El término se considera controvertido debido a sus múltiples interpretaciones, influenciadas por diferentes tradiciones, religiones e identidades de género, lo que acaba creando campos opuestos que tienen dificultades para dialogar sin conflictos. El género acaba cayendo en el campo de los conceptos, como muchos lo llaman, con una fuerte carga política. Por lo tanto, el lenguaje es históricamente vago en las negociaciones globales sobre el clima, para mantener el consenso y evitar disputas que impidan la implementación de planes de género a nivel internacional.
El género en el multilateralismo
Desde la creación de las Naciones Unidas en la posguerra, las mujeres están incluidas en los textos de negociación entre países, lo que les garantiza el mismo estatus que a los hombres. La Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 establece el principio de la igualdad de derechos, sin distinción de sexo, pero sin mencionar el género. En aquella época, el enfoque era básico: garantizar que las mujeres pudieran votar, ser elegidas y participar en la vida pública, sin considerar las normas sociales y culturales como las principales causas de las desigualdades de género. No fue hasta 1979, con la introducción de la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW), cuando entró en juego la idea de las estructuras sistémicas de desigualdad entre hombres y mujeres, promoviendo la visión de que, para garantizar los derechos de las mujeres, también debemos reconocer y cambiar los sistemas que producen tales desigualdades.
Bertha Lutz, delegada brasileña en San Francisco (1945), fue decisiva para la inclusión de la igualdad entre hombres y mujeres en la Carta de las Naciones Unidas. Su legado va más allá de la diplomacia, uniendo la investigación científica pionera y una visión del desarrollo sostenible incluso antes de que existiera el término (Crédito de la foto: © UN Archive).
El gran cambio de paradigma no se produjo hasta 1995 con la Plataforma de Pekín, que define, hasta hoy, lo que es el género en el ámbito de la ONU. Pekín trató el género no como “hombres y mujeres”, sino como un sistema social de roles, normas y relaciones que organiza la vida de las personas, moldea las oportunidades, define quién cuida, quién lidera, quién decide y quién es más vulnerable. Fue también en esa ocasión cuando surgió el concepto de transversalidad de género (gender mainstreaming, en inglés), que establece que el género no debe tratarse como algo aparte, sino que debe atravesar todas las políticas internacionales como una lente obligatoria.
El género en la diplomacia climática
En el ámbito de las negociaciones sobre el clima, el género se mencionó por primera vez en la COP7, celebrada en 2001 en Marruecos, lo que promovió la participación de más mujeres en los espacios de decisión. En 2010, en los Acuerdos de Cancún de la COP16, se incluyeron las primeras referencias serias a la perspectiva de género y a la vulnerabilidad diferenciada. El gran cambio se produjo en 2014 con el Programa de Lima, que abrió las puertas a la integración formal del género en la CMNUCC (Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, UNFCCC en inglés) y, a partir de ahí, en 2017, se creó el primer Plan de Acción de Género (GAP), que estableció objetivos claros y reforzó la necesidad de formación, directrices y la participación efectiva de las mujeres para que todas las políticas climáticas integren la perspectiva de género.
Al comienzo de la COP30, 92 países firmaron una declaración titulada Declaración Global sobre Igualdad de Género y Acción Climática, en la que pedían la adopción de un nuevo Plan de Acción de Género más ambicioso e interseccional.
A pesar de los importantes avances, el término “género” ha sido cuestionado por diferentes partes en las negociaciones climáticas en los últimos años, y muchas de ellas han exigido una definición clara que indique que género se refiere únicamente a mujeres y hombres. Se trata de una táctica para restringir el alcance del Plan de Trabajo, evitando mencionar los roles sociales, las interseccionalidades y otros aspectos de la identidad de género. Rusia, por ejemplo, se opone al término por su connotación con la comunidad LGBTQIA+, que es perseguida y criminalizada en su territorio. Este año, Argentina puso de manifiesto la necesidad de incluir una nota al pie en el texto de la negociación, indicando que, para el país, el género se define a partir del artículo 7.3 del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, que establece una definición binaria de solo dos sexos biológicos: femenino y masculino. Otros países, entre ellos Irán, Arabia Saudita y Paraguay, también sugirieron notas al pie que expresaban sus visiones binarias del género.
Por otro lado, ante los intentos de limitar el lenguaje de género, partes (países signatarios de la CMNUCC, que participan oficialmente en las negociaciones internacionales) como la Unión Europea, la Asociación Independiente de América Latina y el Caribe (AILAC), Noruega, el Reino Unido, Canadá, la Alianza de Pequeños Estados Insulares (AOSIS) y el Grupo por la Integridad Ambiental (EIG) se opusieron expresamente a la inclusión de notas al pie. Esta práctica se consideró peligrosa, ya que podría sentar un precedente en el que las diferentes partes indicarían sus propias definiciones de conceptos clave, en lugar de seguir el lenguaje adoptado y aceptado por las partes desde la Plataforma de Pekín: abierto, flexible y «suficiente» para analizar vulnerabilidades complejas. Este enfrentamiento semántico acabó bloqueando las decisiones, retrasando las revisiones del GAP y dificultando el consenso, incluso en áreas técnicas. En lugar de ampliar la agenda, el esfuerzo se centró simplemente en evitar retrocesos. Y así fue como la agenda de género, que tardó décadas en ganar espacio en el régimen climático, volvió a ser uno de los capítulos más politizados y sensibles de las COP.
Negociaciones durante el día en la COP30 (Crédito de la foto: © UN Climate Change - Kiara Worth).
En la COP30 no fue diferente: las decisiones siguieron estancadas durante días, y al final de la primera semana de la conferencia, la Presidencia designó a Chile y Suecia como países responsables de coordinar con las partes para garantizar el consenso para el cierre del texto. El esfuerzo tuvo éxito, con la adopción del Plan de Acción de Género de Belém (2026-2035), que establece iniciativas y acciones para los próximos nueve años. Las notas al pie no se incluyeron en el texto final, lo que mantuvo un lenguaje más amplio en términos de género, una victoria tras días de estancamiento.
El Plan refuerza la necesidad de políticas climáticas sensibles al género, con cinco áreas principales, entre las que se incluyen: capacitación, participación, coherencia institucional, implementación, finanzas, tecnología y seguimiento. Las acciones descritas incluyen la ampliación de la participación y el liderazgo de las mujeres, el fortalecimiento de las iniciativas a nivel nacional y la inclusión de datos desagregados por género y edad. El plan también supone un importante avance al incluir explícitamente a las mujeres afrodescendientes, reconociendo su papel de liderazgo en la acción climática. Esta referencia sin precedentes, destacada por el Instituto Geledés como un hito “histórico e importante”, es el resultado del papel activo del instituto y de la sociedad civil brasileña en los debates, lo que refuerza la construcción de un enfoque interseccional en el ámbito de la CMNUCC. Por último, el nuevo GAP se someterá a una nueva revisión en 2029 para garantizar su eficacia y seguimiento..
Según la Constituyente de Mujeres y Género de la CMNUCC (Women and Gender Constituency, WGC), la fuerza del Plan de Acción de Género de Belém dependerá de cómo se lleve a cabo. Para la Constituyente, el documento es el resultado de años de trabajo colectivo y ahora se convierte en un pilar central de la próxima década de defensa climática feminista. A pesar de la adopción del nuevo plan, se trata de un instrumento que debe ser defendido, financiado y fortalecido continuamente para que su verdadero potencial se materialice.
El equipo de EmpoderaClima estuvo presente en Belém en la COP30 y pudo seguir de cerca el proceso de negociación del nuevo Plan de Acción de Género, observando tanto los avances como los obstáculos que marcaron las discusiones. Esta participación, aunque indirecta, permitió ser testigos de la complejidad del proceso y reforzó la importancia de mantener una vigilancia activa y continua para garantizar que el plan se implemente de manera ambiciosa con un enfoque transformador de género. ¡Seguimos juntas!
Foto: Equipo de EmpoderaClima en la COP30 en Belém.